No es difícil imaginar la podredumbre en la que se ha convertido un sector del Poder Judicial y el CNM.
Lo que hoy parece que fuese una novedad era un secreto a voces por quienes a diario han sufrido dicha travesía. Faltaban esas mentadas
pruebas que manden derechito a esas lacras al lugar que en verdad les correspondía, la cárcel.
El sentimiento de indignación y tristeza es demoledor. No es casualidad ver a un presidente de Corte Superior hace una semana campante despachando libremente y
ahora enmarrocado camino a una cárcel.
Es sintomático. El sistema está pudriéndose por dentro, y
los que no caen, resbalan.
Mi tristeza también se debe por los jueces probos, limpios y correctos. Aquellos que he conocido en los pocos años de mi ejercicio profesional, quienes día a día han resuelto con criterio de conciencia y apego a la Constitución y la Ley.
Todos deben renunciar: el presidente del Poder Judicial, los consejeros del CNM y todo el equipo que ha estado junto a ellos (jefes, asesores, gerentes, etc.). Esa fumigada debe expectorar a toda esa cúpula que ha infestado un poder del Estado que tiene una función tan noble como vil, el administrar justicia.