martes, 31 de marzo de 2020

Sobre la libre disponibilidad del 25% de los fondos de pensiones de las AFP





La idea de un sistema de pensiones privado e individual (AFP) nació en contraposición del sistema de pensiones público y solidario (ONP), augurando máximas rentabilidades y pensiones dignas para los aportantes (pensionistas); no obstante, sin lugar a dudas, fracasó.

Su fracaso se debió a diversos factores, los cuales pueden revisarlos en diversos estudios de diversa índole, que más allá de lo técnico, se fundió en la falta de transparencia de su funcionamiento y la falta de comunicación de las administradoras de los fondos con sus aportantes.

La falta de transparencia de su funcionamiento, dado que el aportante (i) no conocía el destino de los descuentos de sus remuneraciones, (ii) no entendía cómo la administradora convertía sus aportes en inversiones, (iii) no podía conocer el destino de dichas inversiones, (iv) no podía descifrar la razón por la cual la administradora ganaba rentabilidad –tasas de comisiones- mientras perdían valor sus aportes; y, (v) no poder entender la razón de una pensión miserable luego de varios años de aportes.

Lo anterior, cifrado únicamente para economistas y/o entendidos en inversiones en mercados de valores, es decir, en términos generales, los técnicos no pudieron transformar su creación compleja en un mensaje sencillo y entendible para los aportantes.

La falta de comunicación de las AFP con sus aportantes, denotó una lejanía abismal al ser vistas las administradoras como uno de los brazos económicos del sistema financiero, es decir, una manifestación maniquea del poder económico, lo cual gatilló la animadversión visceral de los aportantes. Desde un inicio, las AFP no comunicaron y cuando lo empezaron a hacer únicamente fue por obligación.

La libre disponibilidad del 25% de los fondos de los aportantes de las AFP es una medida audaz, pero lo único que hace es ampliar el margen a las puertas que se han abierto antes (la disponibilidad del 25% para cancelar la cuota inicial de un crédito para primera vivienda o la libre disponibilidad del 95% de fondos de los aportantes con una edad de jubilación, además de la pequeña ventana a través del REJA), lo cual avecina la decadencia y posterior ocaso de este sistema.

El venidero ocaso del sistema privado debe con urgencia hacer reflexionar a la clase política nacional sobre la reforma integral del sistema previsional peruano (AFP/ONP/Pensión65), el cual debe atender las diferencias socioeconómicas de la población, la naturaleza obligatoria de los aportes, la reestructuración del sistema público, la inclusión de quienes no pudieron alcanzar una pensión y el financiamiento mixto del sistema de pensiones.

lunes, 23 de marzo de 2020

Las normas morales

A partir su lectura (“La cuestión de las normas morales” de Miguel Polo Santillán), resulta posible entender dos (2) dimensiones: experiencia moral y vida ética.

Experiencia moral: a la que tenemos en nuestro hogar, en la relación entre amigos, en el trabajo, en los asuntos políticos, etc., en donde se ponen en juego las normas, la conciencia, los juicios, los sentimientos, los valores, el carácter, las acciones, etc. Todo aquello configura una forma de vida, que nos ha precedido, nos conforma y retroalimentamos hasta ir transformándola.

Vida ética: a la asunción consciente y crítica de la moral social heredada, que inicia un cuestionamiento de la forma de vivir, no necesariamente para crear una vida individual absoluta, un superhombre que se crea a sí mismo, sino para crear una forma de vida personal y así dinamice las otras partes de la sociedad.

El mundo moral puede entenderse desde tres (3) elementos integradores: (i) la felicidad, (ii) las virtudes, y (iii) las normas. Los dos primeros conforman el momento teleológico y el último el momento deontológico.

En la actualidad, vivimos el agotamiento de la ética del deber (realización de los deberes y subordina los demás aspectos de la vida moral), lo cual trae como consecuencia, el descreimiento de las normas morales (dimensión objetiva del deber) ―dimensión subjetiva del deber: conciencia del deber―, surgiendo una ética light.

Entonces:

Las normas morales como expresión de grupos dominantes (la manipulación política de estas normas ha sido frecuente en la vida política), no anula su sentido. Las normas morales son expresión, por un lado, de la sociedad y su necesidad de establecer regulaciones y dinamismo entre sus miembros y, por el otro lado, de un factor subjetivo ―exigencia interior en tanto esté orientado hacia y por un sentido vital―.

Las normas morales no son el elemento central de la vida moral (caso contrario, sería una sociedad legalista y produciría una desintegración de la vida moral). Sin embargo, resulta indispensable un conjunto mínimo de normas que nos orienten hacia nuestra finalidad. Cada sociedad ofrece un conjunto de normas morales que las personas deben discernir dialógicamente sobre su pertinencia, dependiendo del tipo de valores que pretender encarnar y qué tipo de virtudes puede generar. La realización de las normas morales permite la formación de una cualidad denominada virtud. De esa manera, existe una retroalimentación entre el factor cultural (las normas) y el personal (las virtudes), en función de nuestra realización personal (finalidad). En un contexto comunitario.

Desde una perspectiva superficial, la libertad resultaría opuesta a las normas y la obligación (cuando la libertad es interpretada como el despliegue de la inocente o caótica subjetividad o de su voluntad es que se rechazan las normas o aparecen como cargas). Si interpretamos la libertad, no como el hacer lo que uno quiere, sino como la atenta disposición hacia la vida, entonces cesa el conflicto con las normas.

La creatividad en el juego no se produce abandonando las normas ni por la existencia de ellas. Es en la práctica (en la actividad) que se realizan las normas y la finalidad. Las normas promueven virtudes y éstas reafirman socialmente las normas, pero ambas orientadas por el telos de la actividad.

El lugar de estas normas en la vida moral se manifiesta en su relación con otros elementos, como el sentido de la vida o finalidad que uno quiere alcanzar y con las virtudes personales y colectivas. Las normas por si mismas no tienen sentido, lo tendrán si logran tejer una red coherente que permite la realización humana (realización de bienes internos a las prácticas, cultivo de nuestra personalidad y el logro de la finalidad). Lo que importa es aprender a vivir en cada acto (aprender a navegar).

Se sostiene que, si el hombre no estaría obligado internamente, haría lo que quisiera. Para completar faltaría agregar que la fuente de esa obligación interna no se encuentra en la conciencia racional ni en las normas, sino en nuestra capacidad de estar atentos a lo que es. El individualismo, al no considerar la obligación interna, tampoco perciben el mundo y solo interpretan sus carencias psicológicas o intereses ideológicos.

Dado que las normas no son el aspecto central de la moral, entonces ellas no tienen por qué dejar de lado los aspectos no racionales de la vida humana como los sentimientos, la intuición, el deseo, las ilusiones, las esperanzas, etc. El descubrimiento de estos aspectos en la vida atenta permite que formen parte de la comprensión moral y de la riqueza de la vida.