El
mercado como mecanismo (automatismo
que permite determinar costos y precios) u ‘orden espontáneo’ (Hayek), funciona
por sí mismo y no es gobernado por nadie. No tiene costos de gestión, resulta
flexible y sensible a los cambios, sirve de complemento de la libertad de
elección y simplifica la información. En abstracto, el mercado es cruel, pues supone el éxito del más capaz, es decir
obliga a los individuos a su máximo esfuerzo. Es una despiadada máquina de
maximización de la utilidad colectiva.
En
contradicción, Marx estableció el principio
del valor-trabajo: el valor de un bien es el trabajo congelado en ese bien.
Veamos, un zapatero emplea varios días para elaborar un zapato, y otro zapatero
obtiene el mismo zapato en pocas horas. En el mercado, el primero se
arruinaría. Para Marx sería necesario establecer una media, de modo que se
pagaría el zapato al precio de, pongamos, una jornada de trabajo. Las
consecuencias serían una protección del costo del trabajo del individuo, en
cambio, el mercado sacrificaría dicho costo por el interés colectivo -eficiencia-(Sartori).
En
tiempos de crisis por el Covid-19 (Coronavirus), la producción de respiradores
artificiales y mascarillas es una carrera sin cuartel, ante la demanda global
de todos los países. No existe ni existirá un estado universal o entidad
supranacional global que establezca una media de precios o valor-trabajo, como
lo soñaría Marx. Por ello, resulta fácil observar los siguientes ejemplos:
“La guerra de mascarillas enfrenta a Europa y EEUU” (El País, 02/04/2020, 11:24)
“Poder económico de EEUU convierte búsqueda global de mascarillas en el Salvaje Oeste” (Infobae –Reuters–, 03/04/2020)
“La carrera por los respiradores artificiales ¿Una misión imposible?” (RFI, 01/04/2020 17:43)
“Coronavirus: la carrera contrarreloj para comprar respiradores e insumos” (La Nación –Reuters–, 28/03/2020 12:08)
“Francia y Turquía confiscan material sanitario destinado a España durante días” (Business Insider, 03/04/2020
14:46)
Resulta
evidente que la industria sanitaria está desbordada, convirtiendo en escasos
sus productos, dando lugar a una guerra entre países para hacerse de la poca
oferta que existe en el mercado. La otra ruta será de los países que cuentan con
industria propia que ejecutarán medidas como la intervención directa en sus fábricas
o la prohibición de exportación. Lo cual demuestra la difícil posición en la
cual se encuentra el Perú.
“Perú vendió 30 millones de mascarillas a China, EEUU y Hong Kong en los últimos 3 meses” (Correo, 30/03/2020 11:24)
“Coronavirus en Perú: Vizcarra anuncia la distribución gratuita de mascarillas de tela” (Gestión, 03/04/2020 15:11)
“Coronavirus: con 500 respiradores, Perú no debería permitir que se superen los 12500 contagios” (Gestión, 03/04/2020
05:36)
“Coronavirus en Perú: ministro de defensa reconoce escasez de respiradores” (El Comercio, 16/03/2020 08:44)
Perú
tiene el menor número de respiradores artificiales en la región (menos de 500
aproximadamente), del mismo modo en número de UCI y de producción de mascarillas.
Lo cual evidencia que, si bien tenemos ahorros del tesoro público, no tenemos
infraestructura sanitaria para afrontar las necesidades que la crisis requiere.
Por
ello, el Estado solo reparte bonos, subsidios y canastas, trata de acomodar sobre
la marcha lo poco que existe disponible para el servicio de la sanidad pública,
recibe donativos, confina a los ciudadanos en sus viviendas y dispone a las
fuerzas armadas y policía para ‘cuidarnos’.
Entonces,
quedamos nosotros (la ciudadanía des-organizada) para hacerle frente a lo que
representa esta desgracia, la autoprotección de los no contagiados. La
iniciativa de pymes (emporio de gamarra, textiles, etc.), laboratorios y
universidades para la producción de insumos caseros. La reactivación y
reacomodación de la producción esencial para no desaparecer los pocos empleos.
Sin
ánimo de mal augurio, la situación está por convertirse en catastrófica, lo
peor está por llegar (no llegamos aun al tope de la curva, por más ‘martillazos’
que le metamos).