A
partir su lectura (“La cuestión de las normas morales” de Miguel Polo Santillán),
resulta posible entender dos (2) dimensiones: experiencia moral y vida ética.
Experiencia moral: a la que tenemos en nuestro
hogar, en la relación entre amigos, en el trabajo, en los asuntos políticos, etc.,
en donde se ponen en juego las normas, la conciencia, los juicios, los
sentimientos, los valores, el carácter, las acciones, etc. Todo aquello
configura una forma de vida, que nos ha precedido, nos conforma y
retroalimentamos hasta ir transformándola.
Vida ética: a la asunción consciente y
crítica de la moral social heredada, que inicia un cuestionamiento de la forma
de vivir, no necesariamente para crear una vida individual absoluta, un
superhombre que se crea a sí mismo, sino para crear una forma de vida personal
y así dinamice las otras partes de la sociedad.
El
mundo moral puede entenderse desde tres (3) elementos integradores: (i) la
felicidad, (ii) las virtudes, y (iii) las normas. Los dos primeros conforman el
momento teleológico y el último el momento deontológico.
En
la actualidad, vivimos el agotamiento de la ética del deber (realización de los deberes y subordina los demás
aspectos de la vida moral), lo cual trae como consecuencia, el descreimiento de
las normas morales (dimensión objetiva del deber) ―dimensión subjetiva
del deber: conciencia del deber―, surgiendo una ética light.
Entonces:
Las
normas morales como expresión de grupos dominantes (la manipulación política de
estas normas ha sido frecuente en la vida política), no anula su sentido. Las
normas morales son expresión, por un lado, de la sociedad y su necesidad de
establecer regulaciones y dinamismo entre sus miembros y, por el otro lado, de
un factor subjetivo ―exigencia interior en tanto esté orientado hacia y por un sentido vital―.
Las
normas morales no son el elemento central de la vida moral (caso contrario, sería
una sociedad legalista y produciría una desintegración de la vida moral). Sin embargo,
resulta indispensable un conjunto mínimo de normas que nos orienten hacia
nuestra finalidad. Cada sociedad ofrece un conjunto de normas morales que las
personas deben discernir dialógicamente sobre su pertinencia, dependiendo del
tipo de valores que pretender encarnar y qué tipo de virtudes puede generar. La
realización de las normas morales permite la formación de una cualidad
denominada virtud. De esa manera,
existe una retroalimentación entre el factor cultural (las normas) y el
personal (las virtudes), en función de nuestra realización personal (finalidad). En un contexto comunitario.
Desde
una perspectiva superficial, la libertad
resultaría opuesta a las normas y la obligación (cuando la libertad es
interpretada como el despliegue de la inocente o caótica subjetividad o de su
voluntad es que se rechazan las normas o aparecen como cargas). Si
interpretamos la libertad, no como el hacer lo que uno quiere, sino como la
atenta disposición hacia la vida, entonces cesa el conflicto con las
normas.
La
creatividad en el juego no se
produce abandonando las normas ni por la existencia de ellas. Es en la práctica
(en la actividad) que se realizan las normas y la finalidad. Las normas
promueven virtudes y éstas reafirman socialmente las normas, pero ambas
orientadas por el telos de la
actividad.
El
lugar de estas normas en la vida moral se manifiesta en su relación con otros
elementos, como el sentido de la vida o finalidad que uno quiere alcanzar y con
las virtudes personales y colectivas. Las normas por si mismas no tienen
sentido, lo tendrán si logran tejer una red coherente que permite la
realización humana (realización de bienes internos a las prácticas, cultivo de
nuestra personalidad y el logro de la finalidad). Lo que importa es aprender a vivir en cada acto (aprender
a navegar).
Se
sostiene que, si el hombre no estaría obligado internamente, haría lo que
quisiera. Para completar faltaría agregar que la fuente de esa obligación interna
no se encuentra en la conciencia racional ni en las normas, sino en nuestra capacidad
de estar atentos a lo que es. El individualismo, al no considerar la
obligación interna, tampoco perciben el mundo y solo interpretan sus carencias psicológicas
o intereses ideológicos.
Dado que las normas no son el aspecto central de la
moral, entonces ellas no tienen por qué dejar de lado los aspectos no
racionales de la vida humana como los sentimientos,
la intuición, el deseo, las ilusiones, las esperanzas,
etc. El descubrimiento de estos aspectos en la vida atenta permite que formen
parte de la comprensión moral y de la riqueza de la vida.